Malditos cerditos (cuento infantil)

En un hermoso valle vivía un lobo. ¡Un tipazo el loco! Era bondadoso con los mayores, juguetón con los pequeños y simpático con las damas. Era muy trabajador, y en su afán de superación, había pasado de tener una choza de barro y paja a una de piedra maciza. Como los inviernos allí eran muy fríos, tenía una gran estufa debajo de la chimenea, junto a la cual se calentaba mientras miraba la tele.

Mientras tanto, en una pradera muy cercana vivían tres cerditos malvados, gruñones y a los que les gustaba gastar bromas muy pesadas y a veces peligrosas. Eran muy conocidos y detestados por la sociedad, pero la ley de minoridad los protegía de cualquier delito que cometían. El más común era el de morder a los pollitos y, en el peor de los casos, comérselos.

Una tarde los tres cerditos salieron de parranda. Se embriagaron con una gran dosis agua estancada y pasearon por los vecindarios, gritando barbaridades y seduciendo a las liebres más rápidas del lugar. Pero cuando anocheció se dieron cuenta de que estaban perdidos, con una resaca atroz y un frío que ni les cuento.

Después de merodear un rato vieron que a lo lejos se divisaban unas luces. Al acercarse se percataron de que era una hermosa casa de piedra. Dentro había un lobo sentado al costado de una gran estufa.  Los tres pensaron que allí dentro estarían muy calentitos y decidieron que sacarían al lobo para poder entrar.

El cerdo más pequeño llamó a la puerta:

-Señor. Soy el león, el rey de la selva. Estoy de turismo por acá pero no encuentro ningún lugar donde pasar la noche. Podría usted abrirme y…

Pero como el lobo tenía la tele muy fuerte, no lo escuchó. Entonces el cerdito del medio golpeó la ventana a los gritos:

-¡Señor, ayúdeme! Estoy perdido y me estoy congelando.

Pero el lobo estaba viendo un partido de Racing y creyó haber escuchado un chiste del comentarista.

Ya con poca paciencia, el chanchito mayor convenció a los otros para entrar por la chimenea, y asesinar al lobo con lo que encontraran a mano. Pero para desgracia de los chanchitos, la estufa no la usaba solo para calentarse, sino que era su sistema de fundición para realizar trabajos de herrería, su actual profesión.

Los chanchitos sólo llegaron a caer unos metros antes de que se tostaran por completo. El lobo se sorprendió al ver caer tres grandes trozos de cerdo ahumado. Se puso muy feliz, pues en esos tiempos las carnes eran muy cotizadas. Esa noche el lobo comió como un rey, apagó la tele y se fue a dormir con la panza bien llena.

Stephenkingueando

No, no había quedado ciega, al menos de momento. Se le habían formado costras y asomaba alguna que otra cicatriz, pero ninguna buena noticia (por mera que fuese) estaba garantizada.

 Maribel parpadeó, y un ligero dolor le atravesó la cabeza de sien a sien. Por un instante ella pensó que lo peor estaba por venir y que su vida concluiría en ese inmundo aserradero. Allí donde había sido golpeada, ultrajada y violada durante una semana. Allí donde el frío de la noche la hacía perder la sensibilidad. La poca que le quedaba después de las golpizas diurnas. Allí, donde las atrocidades humanas se habían puesto al día con ella.

La puerta se abrió de un golpe. El hombre se acercó a ella con una escopeta mientras cargaba un cartucho y sonreía de manera aterradora. Posó el cañón justo sobre la frente de Maribel. Ella lo miró entre sollozos y súplicas durante un par de segundos. Esos segundos en que el tipo tardó en jalar del gatillo.

Fracaso

 

“Es de primera, flaco” le dijo el pibe de la esquina antes de dejarlo pasar. Claro que yo estaba jugando de visitante en el partido de San Martín. Pero valía la pena ir a comprar allá; al final de cuentas, necesitaba que mi carrera no se fuera al descenso. Infiltrarse en esa red de narcos, encontrar la unión entre aquel local y los talleres de producción de Soldati, desenmascarar el mayor centro de narcóticos de Buenos Aires; todo eso me daría revancha para demostrarle al sistema que era el mejor de todos.

“Che, Mancu. Acá hay un tal José”. Al escuchar la respuesta a través del teléfono asintió con la cabeza. “Viste aquel poste? Bueno, entrá por ese pasillo. Golpeá la puerta que dice Tira tiro, sos de Chicago, sos un cagón”.

El tal Mancu me recibió detrás de un escritorio. Tenía el aspecto de alguien que no hace gimnasia muy seguido. Su oficina era diferente a lo que me esperaba. Me pasó una copa de vino, probablemente de la botella de Sauvignon que tenía sobre la mesa. “Reserva 78, tómalo despacio” dijo mientras yo lo imaginaba en el penal, con mi nombre en el titular de Clarín, siendo reconocido a nivel mundial. Pero algo andaba mal.

De repente se escuchó un silbato, luego una balacera inundó el área. Antes de poder escapar, sentí como si una punta de lanza se clavara en mi pecho. Todo se puso borroso, sentí la sangre en mi boca y luego, nada.

Una semana después, todos los diarios hablaban de la clausura de aquella organización, de la gran participación del equipo de policías que había participado, de los ocho delincuentes abatidos, entre ellos un “soplón” infiltrado en la policía.

Fea

Dicen que por los pagos de Flores vive la mujer más fea que jamás haya existido. Algunos creen que su casa está a metros de Boyacá y Avellaneda, otros que duerme en las calles, y la mayoría directamente no cree nada. La cuestión es que los infortunados que la han visto cargan con una maldición: no pueden volver a mirar a nadie directamente a los ojos.

También dicen que por esos pagos abundan los más mentirosos, traicioneros e infieles de Buenos Aires. Y, por alguna razón, todos ellos dicen haber visto a esa mujer.